Era una tarde cálida, muy tarde en una tarde que ardía. La soledad de la enorme plaza se notaba enseguida. No había sombras ni facilidades para soportar el calor.
Escondida entre la sombra de un macetero una anciana que dejaba su bastón descansando en el vacío banco. Miraba su bolso entretenida con algunos papeles viejos. Estaba tan agostada como la tarde pero a ella no le afectaba tanto el calor, pues sus años eran una coraza. Había logrado mimetizarse tanto entre las flores que parecía una flor más.