Esta joven artista deleitaba el centro de Madrid con su suave violín, casi sin querer hacer ruido para no molestar.
Pero un violín necesita sentirse seguro para ser aprovechado. Y por eso la joven tenía a sus pies un amigo, tumbado y esperando a que la música acabara para poderse ir a casa.
Ella sin el fiel amigo no sabría tocar tan dulce. El violín sin el perro no sonaría igual.
Cada uno cumplía con su papel en la vida.