También las paredes se nos van convirtiendo en viejas y cada una a su manera. Las hay elegantes, de colores, sosas, raídas, estadías, extrañas, curiosas. Las hay que envejecen muy bien y las que se les cae el brillo a poco que el sol no sea generoso. Son como las personas.
Este cúmulo de cemento y cemento, de alabastro y más cemento queriendo imitar a madera, está en Bilbao. La luz ayudaba a engañar, a crear un trampantojo de madera cuando en realidad es cemento. Intenté que no se vieran las naturales flores, pero al final opté por dejarlas como muestra de que la vida todavía existe. No quise retocarlas, pues son el punto de fuga de lo que simplemente son formas de puré de cemento.
Las flores cuando mueren lo hacen como todos, por decrepitud. Les cambian los colores y se mustian. Ya nadie entonces les hace caso.