Nunca sabremos quien fue el último que se asomó a esta ventana ya oxidada, siendo ventana. Pero existió. Y también existió la primera persona que bajó la ventanilla, el cristal presionando hacia abajo, y se asomó al exterior buscando el aire sobre el rostro. Tampoco sabemos si estas personas se están conservando tan mal como el vagón del tren, si ya no están ni conservadas como esqueletos o si todavía son capaces de visitarnos y contarnos su viaje. Estos pequeños secretos, todos sin importancia, son los que realmente podrían llenar de vida este esqueleto oxidado. Como nos lo tenemos, nos conformamos con ver los colores, las formas, las texturas de la muerte.