Yo no pude hacer otra cosa, de veras. Aunque estuviera prohibido hacerlo. Me miró tan fijamente que no pude evitarlo, me sentí muy obligado y la culpa era de él. Que no me hubiera mirado tan persistentemente, joder. Me sentí mal, como espiado por el puto pez. Así que me ví en la obligación de buscar en mi bolso un trozo de galleta y dársela para calmarlo. ¡Uff! menos mal que se metió a buscarla entre el agua.