Nadie dijo nunca que visitar una obra de arte en un museo fuera fácil. Ni siendo clásica ni contemporánea. Menos estas últimas, pues los autores no las ponen fáciles a los visitantes. Deben impresionarnos, quebrarnos la voz incluso, desesperarnos o producir asco y sonrojo. Se trata de provocar sensaciones, y aquí estamos ahora, intentando explicar esta obra de Ibon Aranberri.
Se trata de unas hojas de papel pintadas con spray sobre impresiones digitales de una fotografía realizada a la escultura de Oteiza que se encuentra en el puente sobre el Bidasoa y que nos marca la frontera teórica entre Francia y España.
Se han diseminado por el suelo decenas de estas impresiones, pintadas después con un spray en rojo, simulando los trazos que la escultura original sufría en su emplazamiento a manos de bárbaros que sin sentido iban marcando la escultura mientras los limpiadores de la administración los borraban a continuación con agua a presión.
Una lucha entre agua y roca, entre pintura roja y piedra clara. Entre unos hombres y otros hombres.