Cuando todos permanecemos ajenos a nuestro entorno, cuando nadie miramos a nadie, cuando es imposible llegar a esos acuerdos mínimos que son simplemente mirarnos a los ojos, viene un perro y lo consigue.
Todos nos damos la espalda, huímos incluso de intentar mirarnos y hablar, sonreír, saludarnos con la mirada.
Pero para compensar siempre estará la racionalidad básica, la de los genes animales.