En una pared de un verde intenso y vivo, destilando una exuberante degradada a su alrededor, me llamó la atención un cartel roto que colgaba de manera desafiante.
En su superficie, un ojo impreso observaba el mundo con una mirada penetrante y un tanto inquietante. Parecía como si ese ojo hubiera absorbido todas las experiencias pasadas que habían ocurrido frente a la pared.
Aunque el cartel estaba roto, el ojo impreso permanecía en su lugar, desafiando a cualquiera que se atreviera a mirar de cerca.
Aunque el cartel estaba roto, el ojo impreso permanecía en su lugar, desafiando a cualquiera que se atreviera a mirar de cerca.
La expresión del ojo era de una mala manera, como si hubiera visto demasiadas cosas que preferiría olvidar, o como si estuviera en guardia constante ante el mundo exterior.
Este rincón de la ciudad, donde la naturaleza y la degradación urbana se entrelazaban de manera peculiar, era un recordatorio de que incluso en los lugares más inusuales, se podía encontrar una mirada que desafiaba las expectativas y dejaba una huella imborrable en quienes se aventuraban a detenerse y reflexionar sobre lo que ese ojo roto quería transmitir.
Este rincón de la ciudad, donde la naturaleza y la degradación urbana se entrelazaban de manera peculiar, era un recordatorio de que incluso en los lugares más inusuales, se podía encontrar una mirada que desafiaba las expectativas y dejaba una huella imborrable en quienes se aventuraban a detenerse y reflexionar sobre lo que ese ojo roto quería transmitir.
Ajovín